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…jamás acontezca que yo me gloríe, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo ha sido crucificado para mí y yo para el mundo. (Gálatas 6:14)

Cuando te llamen para sacar un tornillo y no sepas de qué tipo es, mejor lleva todos los destornilladores que tengas. La tarea, desde luego, no es compleja, pero llevarla a cabo será cuestión de elegir la herramienta adecuada.

Pablo, al acercarse al final de su carta, nos da la impresión de estar aplicando exactamente el mismo principio. Hasta aquí ha desplegado un arsenal impresionante de argumentos, pero como si aún no bastase, parece preguntarse: «¿Qué más puedo hacer para persuadir a estos gálatas?» Quiere asegurarse de que el mensaje penetre, y para ello, está llenando su carta de todas las herramientas posibles.

Dice: «Mirad con qué letras tan grandes os escribo de mi propia mano» (v. 11). Comúnmente, quien anotaba todo era su secretario y Pablo sólo hacía presente su propia caligrafía al final. Con ello garantizaba la autenticidad de la carta (2 Ts 3:17; Col 4:18), pero al mismo tiempo, como vemos aquí, podía también añadir énfasis. Parece decir: «¡Esto es tan importante que incluso quiero escribirlo yo mismo!»

Y a juzgar por lo que sigue, el apóstol quiere llegar realmente al fondo. Emitiendo su opinión personal, es como si dijera: «No sigamos con rodeos». ¿Qué querían, en verdad, los judaizantes? ¿Se interesaban verdaderamente en la ley? Pablo insinúa que no: «…ni aun los mismos que son circuncidados guardan la ley, mas ellos desean haceros circuncidar para gloriarse en vuestra carne» (v. 13).

Se interesaban, más bien, en sí mismos. Querían parecer rigurosos, y para eso, sólo veían a los gálatas como potenciales trofeos. Pablo dice de ellos: «Los que desean [quedar bien con otros] tratan de obligaros a que os circuncidéis simplemente para no ser perseguidos a causa de la cruz de Cristo» (v. 12). Querían que el mundo los aprobara, mientras que Pablo, lejos de poner el foco en sí mismo, dice que sólo se enorgullecerá de Jesús, cuya cruz explica su desinterés por la aprobación humana: «…jamás acontezca que yo me gloríe, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo ha sido crucificado para mí y yo para el mundo» (v. 14).

Eso es lo que realmente importa: no lo que está haciendo el hombre (circuncidarse o no), sino la «nueva creación» llevada a cabo por Dios —y que exige, para empezar, que la cruz rompa nuestro vínculo con el mundo—.

Pablo, así, comienza finalmente a despedirse, y siendo consecuente con su enseñanza, pronuncia una bendición sobre quienes realmente se aferran a Cristo: el pueblo de la «nueva creación» (v. 16; 3:7, 29).

¿Puedes decir que esa bendición es tuya? Que tu test sea el versículo 14. Necesitamos apropiarnos de sus palabras, y para eso, convirtámoslas primero en oración.

Cristian J. Morán

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