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Nosotros somos judíos de nacimiento y no pecadores de entre los gentiles; sin embargo, sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino mediante la fe en Cristo Jesús, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para que seamos justificados por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley; puesto que por las obras de la ley nadie será justificado. (Gálatas 2:15-16)

¿Eres tú de aquellos que, entre sus documentos personales, conserva tarjetas de membresía que alguna vez fueron válidas pero ya no lo son? Las razones de ello pueden variar (quizás, por ejemplo, incluyen una linda foto tuya), pero no es infrecuente que ciertas personas conserven tarjetas correspondientes a instituciones cuyo prestigio siguen admirando. En la actualidad no constituyen privilegio alguno, pero quizás una parte de nosotros sigue creyendo que en el futuro podrían abrirnos alguna puerta.

Pablo, en nuestro texto de hoy, debe lidiar con esta misma tendencia en un escenario bastante más complejo. Un grupo de judíos se había incorporado a la iglesia cristiana, pero en lugar de aceptar que las condiciones de ingreso se centraban exclusivamente en Cristo, habían seguido aferrándose a los privilegios de los cuales gozaban por su nacionalidad. Acabamos de ver que Pablo ha debido encarar a Pedro, pero es evidente que, en última instancia, su mensaje no estaba dirigido únicamente a él ni a los judíos que habían imitado su conducta: los gentiles también necesitaban oírlo —y ser validados como tales—.

Pablo, por lo tanto, expone su razonamiento ante los gálatas, pero, estratégicamente, se dirige a los judíos identificándose con ellos. No desea reprenderlos como un superior, sino presentarse como un compañero en la búsqueda de la salvación. Les recuerda que tanto él como ellos han creído en Jesús, pero les aclara, a la vez, que Éste no complementa nuestras obras sino que suple nuestra total incapacidad para llevarlas a cabo como corresponde: «también nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para que seamos justificados por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley; puesto que por las obras de la ley nadie será justificado» (v. 16).

No debían, por tanto, engañarse creyendo que ser judíos les confería naturalmente un lugar privilegiado entre el pueblo de Dios. Es como si, en el fondo, Pablo les hubiese dicho: «A pesar de que somos judíos y, según algunos, gozamos de una posición especial, al aferrarnos a Cristo nosotros mismos hemos reconocido que ser judíos no nos sirve de nada». El judío había considerado históricamente al gentil como pecador, pero Pablo, queriendo suprimir toda ambigüedad, introduce su declaración con la misma idea (v. 15). Pareciera decir: «Aunque no provenimos de un mundo abiertamente pagano como el gentil, para estar en una buena posición delante de Dios sólo tenemos a Cristo».

¿Cómo reaccionas ante una declaración así? Aun para nosotros que, en nuestro contexto, estamos más bien alejados de la tensión racial que esto puede generar, el texto contiene un mensaje universal. ¿Logras captar que, aun si actualmente te desenvuelves en un ambiente medianamente apartado del paganismo —como por ejemplo una iglesia—, eso, en sí mismo, no te confiere una buena relación con Dios? ¿Estás consciente de que, aun si naciste en una familia cristiana, eres un pecador que necesita reconocer su miseria y, por lo tanto, su necesidad de Cristo?

Medita seriamente en ello, y asegúrate de poner tu confianza en el único que realmente hace posible y segura tu aprobación ante Dios.

Cristian J. Morán

Cristian J. Morán

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