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Sólo nos pidieron que nos acordáramos de los pobres, lo mismo que yo estaba también deseoso de hacer. (Gálatas 2:10)

Sin duda, un efecto positivo de la controversia suscitada por los detractores de Pablo es el hecho de que, gracias a la reacción del apóstol, hoy podemos enterarnos de cómo la iglesia abordó los asuntos más delicados. Por un lado, la seriedad con que actuaron es aleccionadora, y por otro, el consenso al que llegaron refuta el cuestionamiento que algunos han hecho a la unidad de la iglesia en los temas centrales.

Los apóstoles, como podemos ver, hablaron a una voz, y es importante observar que, en este caso, también lo hicieron mostrando interés en un tema que, para algunos, es menos que secundario: las necesidades de los pobres, y especialmente las de aquellos que se encuentran al interior de la familia cristiana.

Pablo acaba de sugerir que los líderes de Jerusalén no habían cuestionado ni rectificado su ministerio, pero, no queriendo que nadie le acuse de ocultar detalles, señala, finalmente: «Sólo nos pidieron que nos acordáramos de los pobres, lo mismo que yo estaba también deseoso de hacer» (2:10).

En otras palabras, «Lo único que nos pidieron hacer fue algo que yo ya tenía en mente». Pablo y los demás líderes estaban alineados; sus prioridades eran las mismas. Le estaban haciendo una solicitud, pero ésta no alteraba la dirección de su trabajo sino que la confirmaba.

Y es que, pese a la división de labores que acababan de establecer («…que nosotros fuéramos a los gentiles y ellos a los de la circuncisión»; 2:9), eso no significaba que se desvincularían: la pobreza de los unos (en este caso, muy probablemente los creyentes judíos de Jerusalén) sería la preocupación de todos (incluidos los gentiles).

Los apóstoles, por tanto, dejan esto muy claro, pero nos enseñan, también, que la prioridad de la predicación no excluye la atención a las necesidades materiales genuinas de la gente. El evangelio que hemos creído se dirige al corazón, pero hablando con franqueza, un corazón transformado por el evangelio no es indiferente ni se abstiene de hacer el bien en todas las formas posibles —la fe viva jamás deja de engendrar obras—. ¿No es el propio Pablo, en esto, un excelente ejemplo? Originalmente, ¡él había perseguido a la iglesia!

Debemos, entonces, evaluar nuestra comprensión del evangelio y sus alcances. Ya sugerimos que, como mensaje, éste apunta a nuestro espíritu, pero eso no significa que debamos neutralizar el potencial impacto que, por medio nuestro, puede tener en el mundo físico. Es más: deberíamos buscarlo. ¿No es Jesús, acaso, el ejemplo supremo?

Examinemos nuestro corazón y pongamos atención a las verdaderas razones por las cuales hemos dejado, en la práctica, un aspecto tan importante como éste. Recuperémoslo, y quizás, en el futuro esto también se convierta en parte integral de nuestra predicación.

Cristian J. Morán

Cristian J. Morán

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