Desde nuestros primeros años, basamos nuestro contentamiento en una variedad de logros personales. Si tan sólo tuviéramos ese nuevo juguete, si fuéramos parte del grupo de personas apropiado, si fuéramos aceptados en una universidad en particular, si encontráramos satisfacción laboral, si nos casáramos con la persona de nuestros sueños, si compráramos la casa correcta en la ciudad correcta, si tuviéramos hijos, si tuviéramos unas agradables vacaciones, si mantuviéramos nuestra buena salud, si disfrutáramos de estabilidad económica, entonces, y sólo entonces, podríamos esperar tener contentamiento.
Si tan sólo pudiéramos tener en cualquier momento las cosas que deseamos, podríamos encontrar satisfacción. No es mucho pedir, ¿cierto? Mientras Dios nos invita a disfrutar de sus bendiciones de diversas formas, las cosas temporales son una base insatisfactoria para obtener gozo y paz perdurables. La cultura puede percibir el contentamiento como algo que obtenemos por medio de las relaciones, de las riquezas, del poder y del privilegio; sin embargo, la Biblia describe requisitos diferentes para obtener contentamiento. El contentamiento bíblico se desarrolla poco a poco gracias a la obra del Espíritu Santo en el corazón, en la mente y en la vida de un creyente. Estas cuatro características establecen un fundamento eterno para un contentamiento inquebrantable que se mantiene estable a través de las etapas y las tormentas de la vida:
Un corazón que confía
El pilar del contentamiento es un corazón que confía en el Señor. En Jeremías 17:7-8, el profeta afirma confiadamente:
Bendito es el hombre que confía en el Señor,
Cuya confianza es el Señor.
Será como árbol plantado junto al agua,
Que extiende sus raíces junto a la corriente;
No temerá cuando venga el calor,
Y sus hojas estarán verdes;
En año de sequía no se angustiará
Ni cesará de dar fruto.
Este pasaje, junto con la visión similar del Salmo 1, presenta una imagen hermosa del contentamiento. La capacidad que el árbol tiene para florecer es independiente de las circunstancias, porque tiene una fuente inagotable de la que puede beber. Sea lo que sea que venga, el árbol siempre estará dando fruto.
En la noche de su muerte, Jesús profundizó en esta visión cuando les enseñó a sus discípulos lo siguiente: «Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en Mí y Yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de Mí nada pueden hacer» (Jn 15:5). Como el árbol, tenemos una fuente permanente de la que podemos nutrirnos. Permanecemos en Jesús al pasar tiempo en su Palabra, al buscarlo en oración y al caminar obedientemente en sus mandamientos (Jn 15:7-11). Jesús es nuestra fuente que provee la fortaleza, el refuerzo y el ánimo que necesitamos para resistir cualquiera y toda circunstancia que debamos enfrentar, mientras seguimos dando el fruto del contentamiento.
Lejos de Cristo, somos ramas secas —resecas y sedientas—, siempre con ansias de más. En Jeremías 17:5-6 se nos advierte: «Maldito el hombre que en el hombre confía, y hace de la carne su fortaleza, y del Señor se aparta su corazón. Será como arbusto en lugar desolado y no verá cuando venga el bien […]». Es imposible tener contentamiento bíblico sin permanecer en Cristo.
Al creer en Jesús, no tenemos que temerle ni a la abundancia ni a la adversidad. Cuando las dificultades y las pruebas aparezcan, su fuerza será suficiente. Cuando las alegrías y los placeres lleguen, su gracia nos capacitará para regocijarnos en el Dador de todas las cosas buenas. Un corazón que confía en Dios puede proclamar gozoso junto con Pablo: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Fil 4:13).
Una mente enseñable
Un corazón que confía en el Señor también es uno que aprenderá de Él. Si esperamos encontrar contentamiento, un segundo requisito es tener una mente enseñable. En su carta a los Filipenses, Pablo explica:
No que hable porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación.
Sé vivir en pobreza, y sé vivir en prosperidad. En todo y por todo he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener abundancia como de sufrir necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece (Fil 4:11-13).
El contentamiento no llega a nosotros de repente; es algo que se aprende. ¿Puedes recordar la última vez que aprendiste algo nuevo? Normalmente, para aprender algo necesitamos estudiar y observar, pero en algún momento es necesario también aplicar esa teoría. Si quiero aprender a andar en bicicleta, puedo comenzar el proceso leyendo un libro al respecto. También puedo ver y observar cómo alguien más lo hace. Sin embargo, para aprender a andar en bicicleta de verdad, debo sentarme en la bicicleta e intentar andar yo misma.
Este tiempo de aprendizaje también es el más difícil: nos inundan las preguntas: ¿qué pasaría si empiezo a decaer? ¿Y si salgo lastimado? ¿Y si nunca aprendo? Sin embargo, perdemos el gozo de vivir este proceso si no estamos dispuestos a aplicar lo que sabemos en nuestras vidas.
De igual manera, podemos aprender a tener contentamiento al leer libros que tratan el tema y al ver a otros viviendo el contentamiento. Sin embargo, en algún punto, debemos aplicar lo que estudiamos y lo que observamos a nuestras propias vidas. El miedo puede atormentarnos a medida que aprendemos a confiar en Dios en nuestro contentamiento: ¿y si salgo lastimado? ¿Y si desaprovecho esto? ¿Y si Dios no es suficiente?
Mientras aprendemos el secreto del contentamiento, sentir estos miedos es normal. Sin embargo, al poner nuestra mente en las cosas de arriba, considerando lo que es amable, digno de adoración y verdadero, podemos mirar por sobre nuestras dudas. El contentamiento bíblico no es una disposición natural en nosotros ni un tipo de personalidad; es el resultado del aprendizaje y del crecimiento en la vida cristiana.
Una vida sacrificial
Jesús explicó una tercera característica necesaria para el contentamiento cuando les enseñó lo siguiente a sus discípulos:
Llamando Jesús a la multitud y a Sus discípulos, les dijo: «Si alguien quiere venir conmigo, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de Mí y del evangelio, la salvará. O, ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? O, ¿qué dará un hombre a cambio de su alma? (Mr 8:34-37).
¿El que adquiere la mayor cantidad de chucherías y juguetes no obtiene contentamiento en el juego de la vida. Cuando ganas el mundo, este puede entregar felicidad momentánea; no obstante, es imposible sostener el gozo perdurable mediante el placer temporal.
Por el contrario, la forma contracultural del Evangelio nos lleva a negarnos a nosotros mismos y, al hacerlo, encontramos un resultado sorpresivo: vida. No se llega a tener contentamiento al obtener cosas, sino que al dar; no al agregar, sino que al restar.
Al caminar como sacrificios vivos, no vivimos para consumir las cosas de este mundo, sino que vivimos con la esperanza de ser consumidos por ellas; es decir, damos nuestro dinero, tiempo y talento, esperando usar todo lo que se nos ha confiado para anunciar a otros la obra del Evangelio. Enfrentamos problemas, dificultades y persecución, sabiendo, en el fondo de nuestro corazón, que aunque no tengamos nada, lo tenemos todo: «El que tiene al Hijo tiene la vida, y el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida» (1Jn 5:12).
La hermosura de la vida sacrificial brilla vivazmente mientras se consume; consumida pero contenta.
Una esperanza celestial
El Espíritu nos fortalece con un corazón que confía en el Señor, una mente enseñable y una vida sacrificial porque se nos ha dado una esperanza celestial. Nuestra expectativa equivocada de este mundo afecta grandemente nuestra capacidad de disfrutarlo. Aunque intentemos diligentemente obtener contentamiento de las cosas terrenales, este mundo simplemente no puede producir lo que está más allá de sus posibilidades.
Richard Baxter exhortó sabiamente a muchos con lo siguiente:
Si los deleites perdurables estuvieran más en sus mentes, los deleites espirituales abundarían más en sus corazones. No hay duda de que cuando se nos olvida el cielo, no estamos cómodos. Cuando los cristianos permiten que sus expectativas celestiales caigan y elevan sus deseos terrenales, se están preparando para el miedo y los problemas. ¿Quién se ha encontrado con un alma angustiada y quejumbrosa que no tenga una expectativa muy baja de las bendiciones espirituales o una expectativa muy alta de obtener gozo en la tierra? Lo que nos tiene en problemas es que no esperamos lo que Dios ha prometido o esperamos lo que Él no ha prometido.
Jesús nos enseñó a nosotros, sus seguidores, a acumular tesoros en el cielo, en donde ni la polilla ni el óxido los destruyen y en donde los ladrones no se meten a robar. Él entendía que donde se encontrara nuestro tesoro, allí también estarían nuestros corazones (Mt 6:19-21). Al poner nuestras esperanzas completamente en lo que está por venir, seremos animados a una nueva forma de disfrutar nuestros días bajo el sol.
Al vivir como extranjeros y peregrinos, dejaremos ir nuestras expectativas irrealistas. Mientras viajamos, entendemos que muy probablemente estaremos incómodamente ubicados, recibiremos empujones y luciremos un poco desgastados. Sin embargo, en lo profundo de nuestro corazón, descansamos contentos, porque estamos camino a casa, teniendo en mente las visiones, los olores y los deleites de nuestro hogar que inundan nuestros corazones con regocijo.
Por la obra del Espíritu, podemos hacer este viaje con gozo, pues podemos tener un corazón que confía en el Señor, una mente enseñable, una vida sacrificial y una esperanza celestial —estas cosas sirven como el mejor de los compañeros de viaje—. Estos requisitos para el contentamiento hacen que nuestros corazones estén listos para experimentar una plenitud perdurable que puede resistir las pruebas y las tormentas más violentas. Lo que el mundo no es capaz de entregar, Cristo lo da gratuitamente. Es mi deseo que nos encontremos unidos a Él, llenos de gozo, descansando contentos en todas las cosas.