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«No tengo nada que mostrar de mi vida», me dijo él.

«No tengo una carrera profesional; tengo pocos amigos; no tengo esposa; no tengo un futuro económico bueno; nada. Estoy esclavo a la deuda, lucho con los pecados de mi infancia y me quedan pocas cosas por las que tener esperanza. No me malentiendas, pero muchos días, me pregunto por qué estoy aquí todavía».

La época de juventud ya pasó. Sueños muertos y expectativas arrugadas lo acompañan cada noche junto a sus mascotas. Él describió su vida de la misma manera que Ana de las tejas verdes: «Mi vida es un cementerio perfecto de esperanzas enterradas». Muchas de sus esperanzas se fueron vivas al ataúd.

El tiempo se metía en sus heridas. Sintió enojo contra los miembros de la iglesia que lo traicionaron, resentimiento hacia empleados que lo habían engañado, amargura porque algunos tenían lo que solo él anhelaba. Había estado luchando contra su pecado lo mejor que pudo, ¿y así es como Dios le pagaba?

La desilusión parecía más fácil de cargar que su juventud, pero ahora el sol comenzaba a esconderse. ¿Dónde estaba la vida que él siempre imaginó? Permaneció como un trabajador de funeraria frente a esperanzas que se habían ido.

¿Qué pasaría si miras hacia atrás, como mi amigo, y todo lo que ves es un cementerio de sueños enterrados, un proyecto que nunca nació, grandes cosas que nunca llegaron, años que pasaron como un suspiro? ¿Qué haces cuando la vida que debiste tener finalmente se escapa en el espejo retrovisor?

1. Deja ir la vida que querías

Debemos reconocer que una «esperanza que se demora enferma el corazón» (Pr 13:12). Si el trabajo nunca llega, el esposo o la esposa nunca aparece, la herida nunca sana, entonces el retraso (y la muerte) de las cosas buenas deben provocar que las lágrimas sigan su curso. No obstante, el día vendrá cuando dejemos a un lado el peso de una vida que no se logró y comencemos a correr la carrera puesta ante nosotros, mirando a Jesús (Heb 12:2).

Cristo enseña esto cuando dice que nos acordemos «de la mujer de Lot» (Lc 17:32). En lugar de seguir adelante con la vida a la que Dios la llamó, ella miró atrás a Sodoma con nostalgia. Como resultado, Dios la convirtió en una columna de sal. Como ella, muchos de nosotros somos tentados a mirar atrás con nostalgia, como Demas lo hizo cuando, «habiendo amado a este mundo presente», abandonó a Pablo (2Ti 4:10). Aún algunos de nosotros miramos con nostalgia a una ciudad que nunca visitamos y a una vida que nunca vivimos.

Jesús continúa: «Todo el que procure preservar su vida, la perderá; y todo el que la pierda, la conservará» (Lc 17:33). La vida que esperamos puede ser una de las más difíciles de perder. Es más desafiante matar fantasmas. No obstante, todos nosotros debemos olvidar lo que queda atrás cuando nos impida esforzarnos hacia lo que se encuentra más adelante (Fil 3:13).

2. Mira hacia la vida que está por venir

La historia de la humanidad no es «un cuento contado por un idiota, lleno de estruendo y furia, y sin ningún sentido», como dice desesperanzadamente Macbeth. Es un cuento, más largo que nuestros cameos individuales, contado por un Creador sabio y bueno y, para el cristiano, un Padre. No debemos pretender vivir como si nuestra historia es la historia, más bien debemos ubicar alegremente nuestras pocas líneas en el ámbito de la obra de redención de Dios. Solo el cristiano puede ver su (poco satisfactoria) sentencia de vida, estremecerse por un momento y luego regocijarse con una alegría inexpresable y llena de gloria, porque en Cristo hay muchos más capítulos (de incluso las mejores páginas) que aún están en el futuro. La muerte es más un principio que un final, una coma más que un punto, una llegada a casa más que un abandono de ella.

Por esto Pablo describe nuestra vida a este lado del cielo como una espera. Asesinaremos el pecado y viviremos vidas piadosas, «aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús» (Tit 2:13). Evangelizamos, esperando; buscamos su rostro, esperando; lideramos un grupo pequeño, criamos hijos y trabajamos, esperando. Hay más para cada historia cristiana que puede experimentarse ahora. «Si hemos esperado en Cristo para esta vida solamente, somos, de todos los hombres, los más dignos de lástima» (1Co 15:19).

¿Para qué esperamos? Esperamos por nuestra bendita esperanza, la aparición de Jesucristo. Él es una esperanza muy diferente de la que tenemos en la tierra. Él es una esperanza feliz, una esperanza que no fallará, titubeará o se quebrará. Una vez enterrado, él es la única esperanza que conquistó la tumba.

¿Te lamentas por la vida que nunca llegó? Contempla a «la resurrección y la vida» (Jn 11:25). Nuestra esperanza está entronizada a la diestra del Padre inmortal; nuestra herencia, imperecedera. La verdad de la vida del creyente aparece cuando él lo hace: «Cuando Cristo, nuestra vida, sea manifestado, entonces ustedes también serán manifestados con él en gloria» (Col 3:4).

En el día cuando eche en lo profundo del mar el reproche de sus hijos, los santos serán vistos (incluso en nuestras vidas comunes y corrientes) como los grandes tesoros de la corona de Cristo, los reyes y reinas del cielo. Ese día se dirá:

Este es nuestro Dios a quien hemos esperado para que nos salvara. Este es el Señor a quien hemos esperado; regocijémonos y alegrémonos en su salvación (Is 25:9).

La vida comienza con su llegada. La aventura comienza después de la tumba.

3. Acepta la vida que tienes

Al mantener al cielo puesto delante de nosotros, podemos aceptar la vida que tenemos ahora. Jesús subió un madero y tomó nuestra ira «por el gozo puesto delante de él» (Heb 12:2). El final de la historia lo ayudó, y nos ayuda, a soportar lo que hay en medio. Si, dentro de un breve párrafo, escuchamos a Jesús decir: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23:43), entonces no es necesario abatirnos por la vida aburrida o aparentemente más desperdiciada. «Partir y estar con Cristo… es mucho mejor» (Fil 1:23).

Por tanto, como aconseja John Piper: «ocasionalmente, llora profundamente por la vida que esperabas tener. Aflígete por las pérdidas. Luego, lávate la cara; confía en Dios, y acepta la vida que tienes», sabiendo que, en Cristo, no es la vida que pronto tendrás. Nuestra herencia futura nos enseña a no desesperarte en lo que debes haber sido, sino que al contrario, a regocijarte en lo que será. Ardemos de entusiasmo por las buenas obras, la gloria de Dios y el bien de otros; oramos a nuestro Padre, leemos su Palabra, obedecemos y adoramos a su Hijo; reímos y lloramos, cantamos y esperamos, buscándolo en la próxima curva. Confía en Cristo, síguelo ahora, y eso es lo más lejos que estarás de casa.

No te canses

Quizás te canses de esperar. Lo sé, a mí me pasa. Anhelo estar en casa con el Señor. Anhelo que todas las cosas malas sean falsas; dejar de luchar contra el pecado; dejar de escuchar noticias horribles; experimentar la unidad perfecta con los santos; verlo cara a cara.

Sin embargo, todas las grandes historias nos enseñan a no cansarnos de esperar. La resolución final hará que todo valga la pena. ¿Debemos fatigarnos, esperando todo lo que alguna vez quisimos? ¿Debemos dolernos de que el amanecer de la dicha eterna sea a las seis en punto y no a las cuatro? Sin duda, un par de horas extra de oscuridad hacen que los rayos eternos sean completamente más preciosos; los pocos capítulos extra de suspenso pueden usarse para aumentar la resolución.

Él vendrá. Bienaventurados los que, a través de las desilusiones de la vida, esperan los capítulos venideros. Deja ir la vida que nunca vino. Acepta la vida que tienes. Espera la vida que pronto será.

Greg Morse © 2019 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
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Greg Morse

Greg Morse es el gestor de contenido de desiringGod.org y es graduado de Bethlehem College & Seminary. Él y su esposa, Abigail, viven en St. Paul con su hijo e hija.
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