Nota del editor: esta es la respuesta a una de las diferentes preguntas que los oyentes del pódcast Ask Pastor John le hacen al pastor John Piper.
Bienvenidos de nuevo al pódcast. Terminamos la semana hablando sobre un conflicto matrimonial. Hemos conversado sobre muchos de los conflictos y tensiones que los matrimonios enfrentan durante los años. Aquí tenemos uno más de esos temas, uno que no hemos abordado directamente hasta ahora. La pregunta nos llega de una joven esposa que nos escribe anónimamente y dice: «¡Hola, pastor John, y gracias por su pódcast! Tengo una pregunta sobre su opinión acerca del tipo de cuidado especial que los hombres le deben a las mujeres. Usted se ha referido a este punto en reiteradas ocasiones en el pódcast.
En particular, Pablo ordena a los esposos que «no sean ásperos» con sus esposas. Dice eso en Colosenses 3:19. Usted señala: “esta advertencia a los hombres se debe a la peculiar tentación masculina de ser áspero, incluso cruel, y a una vulnerabilidad peculiarmente femenina a esa violencia, por una parte, y por otra, a la natural alegría femenina de ser honrada con una afectuosa protección y una firme ternura”. Mi pregunta es la siguiente: mi esposo no es violento conmigo, alabado sea Dios, pero él es áspero. Simplemente no es un hombre amable. ¿Cómo debería abordar este tema con él?».
Bueno, si le estuviera hablando al esposo —y necesito decir esto para sacarlo del camino, pero no sin antes asegurarme de que se diga— tendría mucho que decir bíblica, espiritual y relacionalmente sobre cómo él necesita lidiar con su propio pecado y con sus características o debilidades personales. Sin embargo, esa no es la pregunta que se ha planteado. La joven esposa nos preguntó: «¿cómo puedo abordar este tema de manera provechosa con él?». Así que voy a hablar sobre eso, quizás ofreciendo las siguientes cinco sugerencias.
Ora por ambos
Primero, animaría a nuestra amiga para que orara tanto por su esposo como por ella sobre el tema de su aspereza. Jesús dijo que deberíamos pedirle a Dios que haga su voluntad en la tierra —y eso incluye a nuestros matrimonios—, así como en el cielo (Mt 6:10). Eso implica que se haga su voluntad como lo harían los ángeles. Los maridos deben amar a sus esposas, y las esposas deben amar a sus maridos, de la misma manera en que los ángeles obedecen a Dios, esencialmente, con alegría, con plenitud y de buena gana.
Por lo tanto, es totalmente apropiado que ella interceda ante su Padre en el cielo para que su esposo se ablande y avance hacia una mayor semejanza a Cristo en su conducta hacia ella. Y digo que ella también debería orar por sí misma, porque si bien es cierto que él tiene su propia carga peculiar de responsabilidad ante Dios por su propio cambio, sabemos, por la Escritura y por experiencia, que Dios usa el comportamiento de los maridos y de las esposas para producir un cambio mutuo. Él usa a la gente que está a nuestro alrededor para afectar la manera en la que hacemos las cosas y cómo nos sentimos respecto a ellas. En consecuencia, lo que Dios haga en ella influirá en lo que Él, a su vez, haga en su marido. Por tanto, ella debe orar por sí misma también.
Gánalo con mansedumbre
Segundo, en 1 Pedro 3:1-2, Pedro les dice a las esposas que deben fomentar un cambio piadoso en sus maridos por medio de «su conducta casta y respetuosa». En otras palabras, Pedro destaca lo que sabemos por experiencia: es posible ayudar a que una persona sea liberada de su propia pecaminosidad por el modo piadoso en que otros se comportan a su alrededor, especialmente aquellos cercanos a él y a quienes él ama como, por ejemplo, su esposa.
Pienso que entre el tipo de conducta que Dios usa para producir el cambio, en el caso de un esposo áspero, está lo que Él dice en Proverbios 15:1 (para la esposa, por ejemplo): «La suave respuesta aparta el furor», o quizás «aparta la aspereza». O lo que dice Proverbios 25:15: «La lengua suave quebranta los huesos», los huesos de la aspereza. Dicho de otra manera, yo animaría a nuestra amiga a que no devuelva mal por mal o aspereza por aspereza, porque probablemente eso solo los conducirá a una situación peor, más bien trata de ganarlo hacia la mansedumbre con mansedumbre.
Comparte la carga con sabiduría
Tercero, probablemente llegará el punto en que ella desee y necesite el apoyo de otros en su esfuerzo por amar a su esposo áspero. Va a necesitar que oren por ella, que la animen y la aconsejen. Sin embargo, yo le advertiría de todo corazón que no hable mal de él a sus espaldas con otras personas. Con casi toda seguridad eso sería contraproducente y podría provocar una situación con menos esperanza.
Por lo tanto, la pregunta es: «entonces, ¿qué puede hacer ella?». Déjenme ilustrarles lo que podría pasar. Durante nuestros días de mayor oscuridad en nuestro matrimonio, Nöel y yo comprendimos que habíamos llegado a un punto donde necesitábamos que otros nos aconsejaran. No estábamos todavía seguros de si necesitábamos un consejero profesional o un consejero cristiano (que fue lo que eventualmente hicimos), pero queríamos que algunos de nuestros amigos nos alentaran y oraran por nosotros; amigos con los cuales podríamos desahogarnos y ser escuchados con empatía y no de forma ingenua (como si todo fuera culpa suya o mía). Queríamos que otros oraran por nosotros.
Entonces, sabíamos que no queríamos hablar de nuestros problemas en forma casual con cualquier persona que se presentara. Eso hubiese causado daño. Así que conversamos y estuvimos de acuerdo en unos pocos amigos de toda nuestra confianza. También nos dimos permiso el uno al otro para decir lo que fuera provechoso decir, y pedirle a la otra pareja que no compartiera nada con nadie.
De hecho, fue interesante. Uno de los consejeros que escogimos consultar insistió en que trajéramos a otra pareja con nosotros a cada sesión –bueno, quizás no a todas, pero a la mayoría—. Increíble, ¿no? ¡Qué estrategia! Pensé que eso era realmente bueno. Es un enorme compromiso de tiempo en el que otra pareja invierte, pero significa que otros siempre saben con qué estás lidiando y que no puedes exagerar en esa situación. Eso requería una confianza enorme, pero era nuestra manera de avanzar. También impidió que habláramos sobre nuestros problemas con cualquier persona. Confiamos en aquellos en que habíamos acordado. Entonces, para nuestra amiga quizás esa sea una manera de salir adelante.
Distingue el pecado de la personalidad
Cuarto, animaría a esta esposa a que reconociera que probablemente parte de lo que está experimentando con la aspereza de su esposo se debe al pecado y, otra parte, se deba probablemente a —¿cómo lo podríamos llamar?— las tendencias genéticas heredadas y establecidas en su propia personalidad intrínseca o en su crianza.
No estoy justificando un pecado al decir eso, más bien creo ser realista y reconocer lo complejo que son los seres humanos. Conozco a personas cuyas personalidades te hacen desear que sonrieran más. Desearías que aceitaran sus ruedas relacionales con unas cuantas palabras más amables y animantes o que hicieran aseveraciones más afables. Pero en su lugar, hay una continua brusquedad y sequedad, una comunicación carente de emociones.
He aprendido, a través del tiempo, que en algunos casos esto sencillamente no se debe al pecado, sino a un rasgo de personalidad profundamente arraigado que no proviene de alguna mala voluntad. No hay ninguna animosidad detrás de esto. Uno aprende eso con el tiempo. Y la gente alrededor de estas personas que les imputa pecado en forma continua, donde mayormente no lo hay, solo empeorarán las cosas.
Acércate a él con esperanza
Finalmente, último punto. Estas son algunas ideas de cómo acercarse al marido cuando llegue el momento oportuno.
Crea un contexto de aliento
Es perfectamente bíblico —como puedes ver, por ejemplo, en la forma en que Pablo aborda los problemas en 1 Corintios— encontrar cosas explícitas que puedes decir para agradecer, alentar y afirmar (llámalas evidencias de la gracia de Dios que ves en su vida), de manera que cuando lleguen las críticas, estas estén insertas en un contexto rico de amor y reafirmación verbal.
Sé un ejemplo de humildad y vulnerabilidad
En el contexto general de tu relación, quizás también pregúntale de vez en cuando si hay algo en tu comportamiento o actitudes que son una molestia para él o que le resultan frustrantes, que lo enojen o exasperen, y pídele que te señale cómo le gustaría que las cambiaras.
Señalo todo esto en un contexto más grande y amplio, no como una manera artificial de decir: «bien, voy a expresar tres afirmaciones y tres vulnerabilidades, y ahora esta es mi crítica». Estás tratando de construir una relación más importante y sana para que cuando abordes un problema no sea parte de un patrón desagradable.
Trata de no generalizar
Cuando intentes describirle a la otra persona a qué te refieres con aspereza, trata de no generalizar. Esto fue algo que yo mismo tuve que aprender al tratar con mi esposa. Procura no generalizar. Eso significa que no dirás: «siempre haces esto. Siempre lo dices de esta manera. Siempre lo haces así». Te puedo asegurar de que a los seres humanos no les gusta la palabra siempre. Si quieres que alguien se aleje de ti, expresa tu crítica de forma general; es apabullante. «Es todo lo que eres como ser humano». Lo que eso le dice a la otra persona es: «no hay esperanza para ti». Se sentirán paralizados e indefensos.
Por lo tanto, dale uno o dos ejemplos concretos de lo que deseas que cambie —un tono de voz o una forma distinta de contestar—. Y eso le dará una idea: «ya entiendo. Puedo ver cómo tú interpretas eso. Trataré de no volver a hacerlo». Quién sabe cómo Dios quiera obrar paulatinamente.
Persevera en buscar un cambio
Por último, agregaría que si él demuestra un sentido de apertura para conversar sobre esto, entonces puedes explicarle tus sentimientos más a fondo, puedes pedir lo que anhelas y quizás explicarle por qué sería tan bueno para la relación que él fuera menos áspero de todas esas maneras. Y si ambos se sienten bloqueados o sienten que no avanzan, es perfectamente bíblico y correcto buscar la ayuda de amigos cercanos, o si es necesario, de un consejero cristiano sabio.
John Piper © 2022 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. Traducción: Marcela Basualto

